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2 de Abril, el día en que mi marido perdió el trabajo. Llego a la casa alrededor de las 10:30 de la mañana, yo estaba saliendo del baño y estaba pensando en él precisamente cuando lo vi entrar por la puerta. Mi primera reacción fue de “Y ahora, ¿qué haces aquí?” llegó, se sentó y me dijo: Me despidieron. Silencio. Por un momento me quede parada ahí sin saber qué hacer, sin saber qué decir. Y es que en estos casos ¿qué haces? Ni las palabras ni las acciones valen cuando por tu mente pasan una y mil ideas de lo que será de ahora en adelante. Te invade el miedo, la incertidumbre y por supuesto la frustración.
Después de esos minutos, medio volvimos a la realidad de lo que estábamos viviendo. Y empezamos a ver cuales serian los siguientes pasos a seguir. Empezamos a hacer notas de aquellos gastos que no eran una necesidad, sino más bien un gusto, y decidimos en ese momento qué era lo que recortaríamos en nuestros gastos: El gimnasio fue nuestro primero gasto a descartar, después vendría la escuela de Camila, las clases después de la escuela de Ximena, y por supuesto, regresar unos muebles que por fin habíamos podido comprar, dos días antes.
Lo siguiente, ¿deberíamos decirles a las niñas que su papi había perdido el trabajo? Aunque no platicamos sobre eso al respecto, de alguna manera supuse que mi marido no tendría porque informarles a ellas de lo que estaba pasando, al menos no hasta que supiéramos con certeza que haríamos o como saldríamos de esta situación. Pero me equivoque, él cuando fue a recoger a mi hija mayor de la escuela, de regreso y aprovechando que venían caminando le dió la noticia: papi ya no tiene trabajo. Cuando llegaron a casa los dos, noté la cara de Ximena, entre preocupación y tristeza. Y casi quería cachetear a mi marido, y es que ¿¡Cómo se le ocurre ponerle semejante estrés a nuestra hija!? Más tarde comprendí que fue buena idea, y que gracias a ello mis hijas entendieron lo que significa el dinero, el tener trabajo y se volvieron más compresivas. Al final de cuentas ellas en algún momento llegaran a experimentar cosas no tan positivas en la vida, no tiene caso tenerlas en una burbuja de cristal.
Los primeros días fueron los más difíciles. Entre negación, tristeza y un poco de enojo, no podíamos creer que la empresa que de alguna manera nos trajo a este país, nos estuviera dando la espalda. Pero eso es lo que pasa cuando una empresa no te necesita no crees? Te dicen adiós, ya no te necesitan. Se enteraron de la noticia quienes en ese momento tenían que hacerlo. Nuestros padres no supieron de ello sino hasta varias semanas después, cuando de alguna manera teníamos planes de lo que haríamos en caso de no conseguir otro trabajo, cuando las ofertas estaban empezando a llegar, cuando habíamos asimilado y tomábamos con la mejor cara lo que nos estaba pasando, todo pasa por alguna razón, Dios no nos abandona.
Al siguiente día de que nos enteramos del despido, mi marido empezó a actualizar su curriculum, a hacer uso de las herramientas disponibles para darse a la tarea de buscar el tan anhelado trabajo. Y a la semana, el teléfono no paraba de sonar. Al menos sabíamos que por ofertas de trabajo no sufriríamos, había muchas empresas buscando recursos, era solo que ellos se decidieran por él, y él, que aceptara la oferta.
Fue un mes sumamente difícil, porque prácticamente era como si él estuviera trabajando, pero sin ganar un solo centavo. Solo teníamos un teléfono (el mío) y el sonaba incesantemente todo el día, no teníamos que interrumpir, no podía hacer actividades con nosotros, no podía salir, y en las noches, en las noches no dormía porque se ponía a estudiar. Y es que, que haces después de casi 10 años trabajando para la misma empresa? Ese puesto no existe en otra compañía. Esos conocimientos no te sirven en otra compañía. Tenía que regresar a sus inicios, a sus raíces. Aunque empezó a promocionarse con un titulo, debió cambiarlo debido a que la oferta laboral se enfocaba más a lo que él hacía antes de entrar a esa empresa, que a lo que hizo durante su tiempo en ella.
Y funcionó.
Nuestra meta era esta: esperar hasta el fin de ano de la escuela, y si no se consigue nada, entonces regresaríamos a nuestro país de origen. No era fácil, y no es tanto que no quisiéramos regresar o que en algún momento nuestros planes no fueran esos, pero las circunstancias por las que regresaríamos no eran las que hubiéramos esperado.
Afortunadamente, antes de que se cumplieran dos meses, finalmente obtuvimos 2 ofertas de trabajo que parecían las mejores, una en la misma ciudad y otra en otro Estado. Aunque las condiciones para la primera parecían ideales, al final cambiaron y eso hizo que mi marido no la aceptara. Al final de cuentas a estas alturas, cuando se tiene una familia, debemos buscar y aceptar las condiciones que sean mejores para todos, y esas, solo nos las pudo proporcionar la empresa para la que ahora, orgullosamente podemos decir que está trabajando, aunque eso significara mudarnos no solamente de ciudad, sino de estado. Nada menos que a 1000 millas de distancia de Austin, TX. Sin amigos, sin familia, sin lo que hasta ese momento formaba parte de nuestro diario vivir.
Pero como he dicho hasta ahora: uno va a donde se tenga trabajo, y a donde se pueda salir adelante.
Gracias a Dios que nunca nos abandonó, a nuestros amigos por sus muestras de apoyo, a nuestra familia por su preocupación y a nuestras hijas por haber sido tan comprensivas y maduras para su edad. Hoy podemos decir que si bien no estamos empezando de 0, si estamos escribiendo un nuevo capítulo en nuestras vidas. ¿Y qué aprendimos de esta experiencia? Que en esta vida la familia siempre marcha junta, que no se está solo y que siempre, aunque parezca difícil de creer, las cosas pasan por algo.
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