Ximena empezó el Verano con una gran alegria, a la vez que una tremenda ilusión y ganas de hacer un montón de cosas. Lo primero que se había agregado la lista eran las clases de natación, y aunque sabíamos que dos semanas de clases no iban a hacer de ella una nadadora profesional, si creíamos que al menos le ayudarían a tener confianza en sí misma, y perder el miedo al agua.
Sinceramente estábamos equivocados. Ximena pasó esas clases como si fueran un tormento. Lloró una y otra vez porque tenía que saltar al agua, nadar sin ayuda y llevar a cabo todas esas rutinas que a otras niñas les parecían tan fáciles.
La regañé una y otra vez. La amenacé otras tantas de que no tendria ese dia televisión, no jugaría en la alberca como ella quisiera o no iría a la biblioteca. Y nada funcionó, ella seguia teniéndole no miedo, sino terror al agua. Me sentia frustrada, y no encontraba la manera de que ella tuviera confianza y dejara de tener miedo, de sentirse que no podía o que la natación no era para ella.
Entonces cambié de estrategia. Y esta vez, daba muestras de aprovación de los pequeños logros que ella iba teniendo. Y funcionó. Tomé notas mentales de lo que la maestra explicaba en clase mientras yo los observaba, y eso lo aplicaba más tarde, cuando la llevaba a “jugar” a la alberca por nuestra cuenta.
Hubo algunos pequeños avances, pero nada significativo. Ella seguía teniendo pavor a poner la cara en el agua, a sentir el agua en los ojos, a aguantar la respiración.
¿Sabes cuándo cambió todo? Cuando yo misma empecé a hacer los ejercicios para mostrarle cómo tenía que hacerlo. ¡Hubiera pensado en eso desde el principio! Yo también tengo mis propios miedos, yo también tengo mis áreas donde necesito mejorar, yo también como Ximena estaba renuente a hacer las cosas. Comprendí que solamente superándolos juntas ella lo iba a hacer mejor.
No cabe duda que eso que dicen de “predicar con el ejemplo” tiene mucho o todo de razón. Ximena avanzó mucho, aunque su nado no es perfecto, ya no tiene miedo al agua. Puede aguantar la respiración abajo, puede saltar con alegria al agua, y ahora ella misma trata de animar a su hermanita a que haga lo mismo.
Comprendí que de nada sirven las palabras, de nada sirven los enojos, de nada sirven las muestras de apoyo desde afuera cuando nosotros mismos no nos ponemos en sus zapatos y los ayudamos a salir adelante. Un “tú puedes” “lo estás haciendo bien” “no tengas miedo” servirá mejor cuando lo acompañas con “y yo lo haré contigo“.
Al fin y al cabo, eso es lo que somos las mamás, las mejores motivadoras de nuestros hijos, o las destructoras de su confianza y autoestima. Seamos siempre las primeras.
¿De qué manera ayudas a que tus hijos hagan las cosas y crean en sí mismos?
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